Ya tenemos nuevo libro y nueva lectura, se trata de «Otra vuelta de tuerca» del escritor norteamericano Henry James (1843-1916).

El libro nos ha sido facilitado por la Consejería de Cultura a través del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura.

Henry James. Escritor estadounidense expatriado, cuya narrativa magistral aúna la inocencia americana y la experiencia europea en una obra intensa y psicológicamente compleja. Henry, hermano menor del distinguido filósofo William James, nació el 15 de abril de 1843 en Nueva York. Estudió en Nueva York, Londres, París y Ginebra.

En 1875, se estableció en Inglaterra y en 1915 obtuvo la nacionalidad inglesa. Recién cumplidos los veinte años comenzó a publicar cuentos y artículos en revistas de Estados Unidos. La obra de James se caracteriza por su ritmo lento y la descripción sutil de los personajes, más que por los incidentes dramáticos o los argumentos complicados. Sus libros principales, modelos de la novela objetiva psicológica, tratan del mundo ocioso y afectado que conoció de cerca mientras vivió en Europa. En sus primeros relatos y novelas, James manifiesta el impacto que la vieja cultura europea causó en los americanos que viajaban o vivían en el viejo continente.

Aquí os dejamos el comienzo del libro. Buena lectura.

La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese tenido un niño.

Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó aquél presa del terror; pero al despertarla no se desvaneció su miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas —no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debíamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.